Las marcas callan, los gobiernos se hacen los suecos y los medios siguen cobrando por banners verdes. Pero la verdad es simple: el coche eléctrico está estancado, y no por culpa del petróleo.
De burbuja a bluff: el mercado se frena en seco
Durante años nos vendieron el eléctrico como el futuro ineludible. 2025 era el año de la electrificación total. Spoiler: vamos hacia atrás.
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En EE.UU., las ventas de eléctricos han caído un 7,3% interanual en el primer trimestre de 2025.
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Volkswagen ha parado plantas. Ford ha cancelado el proyecto de una nueva fábrica de baterías.
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Tesla, el referente, despidió al 10% de su plantilla tras reconocer que sus márgenes están en caída libre.
Mientras tanto, Toyota se frota las manos diciendo lo que nadie quería oír: los híbridos funcionan mejor que los eléctricos puros.
Autonomía de risa, precios de escándalo
Los eléctricos “asequibles” no existen. ¿Un coche por menos de 30.000€ que no se quede tirado a media autopista? Suerte.
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El Dacia Spring y el MG4 son económicos… hasta que ves su autonomía real: menos de 200 km en condiciones normales.
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Cargar en casa requiere instalación especial y tarifas nocturnas. Cargar fuera es una lotería (y no precisamente barata).
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En segunda mano, el valor de reventa se hunde. Nadie quiere un eléctrico con una batería al 80%, y cambiarla cuesta más que el coche.
¿Infraestructura? ¿Cuál?
El gran chiste de la movilidad eléctrica es este: no hay suficientes puntos de carga, y los que hay no funcionan.
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Según la ACEA, el 60% de los puntos de carga en Europa están solo en tres países. España no es uno de ellos.
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Fallos frecuentes, apps incompatibles, cargadores “inteligentes” que no cargan, tarifas opacas… una experiencia digna del siglo pasado.
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En carretera, si tienes que hacer más de 400 km, lleva una vela y reza.
Ecologismo de escaparate: lo que no te cuentan
¿Contaminan menos? A largo plazo, sí. Pero fabricar un eléctrico nuevo genera una huella de carbono altísima.
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La producción de baterías supone entre el 30% y el 40% del CO₂ total del vehículo.
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Se estima que un coche eléctrico necesita entre 5 y 8 años de uso para compensar su huella de fabricación comparado con un gasolina eficiente.
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Y todo eso sin entrar en los temas “incómodos”: minería de cobalto en el Congo, litio de salares chilenos, reciclaje inexistente.
El usuario se baja del barco
Al principio había entusiasmo. Ahora hay fatiga.
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En Alemania, con la retirada de las ayudas, las ventas cayeron un 27% en enero de 2025.
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En Suecia, una de las mecas del eléctrico, la caída fue del 29%.
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En Reino Unido, el 42% de los compradores encuestados dice que volvería a un gasolina después de probar un eléctrico.
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En España, los datos de matriculación eléctrica son ridículos sin subvenciones directas (que se retrasan o no llegan).
Y mientras tanto, los SUV diésel siguen vendiéndose como churros.
¿Y si el problema no es el coche, sino el discurso?
El coche eléctrico no es un fracaso por su tecnología. Lo es por el empecinamiento ideológico de querer imponerlo como única solución. No es para todos, ni para todos los contextos.
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En ciudad y trayectos cortos: bien.
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En entornos rurales, viajes largos o mercados sin red de carga: desastre.
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Mientras tanto, los híbridos y mild-hybrids ofrecen un compromiso realista. Pero no, eso no vende titulares ni bonos verdes.
Lo que nadie te cuenta sobre esto
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Las marcas ya lo saben: están reculando a marchas forzadas. Silenciosamente, eso sí.
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Los gobiernos no saben cómo salir del berenjenal de subvenciones, objetivos y promesas que no se van a cumplir.
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El consumidor no es tonto: el precio no compensa, la experiencia no enamora y el futuro es incierto.
Conclusión: el coche eléctrico no ha muerto, pero necesita una cura de humildad urgente. La electrificación total es un objetivo, no un dogma. Y si no ajustamos las expectativas, la realidad lo hará por nosotros.