La promesa era una vida más fácil. El resultado: otro trasto con Bluetooth cogiendo polvo.
La tostadora conectada que nadie pidió
Vivimos en la era en la que cualquier objeto es susceptible de ser “inteligente”. Tostadoras con app, cepillos de dientes con sensores, botellas que te avisan para beber agua. ¿Quién pidió todo esto? Nadie. Pero ahí están, vendiéndose como la revolución del hogar, mientras solo añaden complejidad a lo que antes funcionaba sin WiFi.
Tu nevera no necesita WiFi
Una pantalla táctil en la puerta. Un asistente de voz que te dice qué falta. ¿Y? ¿Qué problema está resolviendo exactamente una nevera con conexión a internet? Si necesitas que tu frigorífico te avise de que falta leche, el problema no es la tecnología, es tu sentido común. Spoiler: cuando falla la app, también falla la nevera.
Del hype al polvo: el ciclo de vida del gadget
El patrón es siempre el mismo: te venden una novedad que “te cambia la vida”. Picas. Lo usas dos semanas. Después, al cajón. Entre la falta de interoperabilidad, las actualizaciones que no llegan o simplemente porque te cansas de hablar con tu lámpara, acabas rodeado de basura tech con nombre aspiracional.
Tecnología que entretiene, pero no mejora nada
Muchos dispositivos no aportan valor real. Solo entretienen, coleccionan datos o llenan stories. Son objetos diseñados para generar dependencia, no utilidad. Y en lugar de liberarte, te cargan con más notificaciones, más configuraciones y más frustraciones. ¿Innovación? Más bien gimnasia de consumo.
Lo que nadie te cuenta sobre esto
Cada uno de estos gadgets, por inútil que sea, tiene detrás una huella ecológica considerable: litio, silicio, logística global, embalajes innecesarios. Todo para que tu báscula te diga por Bluetooth que pesas lo mismo. Pero en vez de cuestionar esa lógica, seguimos alimentando el ciclo de hype y desecho con cada “nuevo lanzamiento”.