La tiranía de la conectividad disfrazada de progreso.
Tienes Wi-Fi, 5G, fibra, roaming gratis y una app para absolutamente todo.
Pero ¿cuándo fue la última vez que tomaste una decisión sin que te la sugiriera un algoritmo?
Spoiler: no estás eligiendo. Estás siguiendo rutas prediseñadas por sistemas que saben más de ti que tú mismo.
De la conexión al condicionamiento
La promesa era acceso: a información, a servicios, a personas.
La realidad es una vigilancia dulce y ubicua que:
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Sabe dónde estás, qué te gusta y con quién hablas.
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Te segmenta, clasifica y empuja con “recomendaciones”.
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Convierte cada interacción en una oportunidad de monetización.
Y todo con tu consentimiento, claro.
Firmado en 15.000 palabras que nunca leíste.
El espejismo de la autonomía digital
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Puedes borrar tu cuenta, pero no tu huella.
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Puedes “desactivar” la localización, pero no el rastreo pasivo.
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Puedes usar apps “seguras”, pero todas se nutren del mismo ecosistema de APIs y SDKs.
Te conectas para ser útil. No para ser libre.
Tus decisiones ya están optimizadas
La conectividad total te da acceso a millones de opciones.
Pero al final eliges lo que Spotify, TikTok, Google o Amazon deciden que deberías querer.
No es magia. Es ingeniería conductual:
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Nudges.
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Filtros burbuja.
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Personalización emocional.
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Interfaz diseñada para empujarte, no para informarte.
Libertad de elegir ≠ libertad de pensar.
Lo que nadie te cuenta sobre esto
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El móvil no es tu herramienta: es tu collar digital.
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Las decisiones que crees espontáneas ya estaban previstas en una tabla de Excel.
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La hiperconectividad ha eliminado zonas de anonimato vital: no hay pausa, no hay sombra, no hay escape.
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Cada nueva API “para tu comodidad” reduce un poco más tu margen de acción sin algoritmos.
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La verdadera libertad digital no está en el acceso, sino en la desconexión con sentido.
Conclusión clara:
Más conectividad, sí. Pero menos control.
Estamos entregando autonomía a cambio de conveniencia.
Y ni siquiera nos dimos cuenta del trueque.