El Gobierno español denunció casi 3.000 mensajes de odio en redes sociales en 2024. Solo un tercio desapareció, y menos de un 5 % lo hizo en las primeras 24 horas. En un ecosistema donde cada minuto multiplica el alcance, el dato es un fracaso en toda regla.
Las plataformas presumen de algoritmos inteligentes y filtros automáticos, pero los números revelan otra cosa: la impunidad digital sigue siendo el terreno de juego de quienes siembran odio.
Los números no mienten: un 65 % de impunidad
En 2024, España notificó 2.870 contenidos con mensajes racistas, xenófobos, antisemitas, antigitanos o islamófobos.
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Solo el 35 % fue retirado.
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El 65 % quedó intocable, circulando sin freno.
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Y lo más grave: apenas un 4 % se eliminó en el primer día, cuando la viralidad ya marca la diferencia.
Si lo comparamos con otros frentes digitales, como los ciberataques récord de denegación de servicio que analizamos aquí, la lección es clara: las plataformas reaccionan cuando peligra su negocio, no cuando peligra la convivencia social.
Moderación lenta en la era de la velocidad
En redes sociales todo es instantáneo: un meme nace, explota y muere en horas. Pero los mensajes de odio permanecen días, semanas, o nunca se eliminan. Esa lentitud convierte la moderación en un trámite estético, no en una herramienta real.
El Ministerio de Inclusión ha montado grupos de trabajo con Meta, YouTube y TikTok para mejorar tiempos y métodos. Pero si el modelo sigue siendo el de siempre —delegar la vigilancia en la propia plataforma—, el resultado será el de siempre: informes anuales, porcentajes mediocres y promesas de cambio que nadie mide.
Un problema estructural, no anecdótico
Lo incómodo es admitir que estos datos no son una excepción española, sino parte de una tendencia global. El odio se ha convertido en combustible barato para la viralidad, y las plataformas viven de esa gasolina.
De hecho, la normalización de este tipo de mensajes ya se cruza con otros fenómenos digitales. Igual que Cervantes se convierte en trending topic cuando lo usa Amenábar para reescribir la historia (lo analizamos aquí), los discursos de odio encuentran siempre un atajo hacia la visibilidad.
Lo que nadie te cuenta sobre esto
Las cifras oficiales esconden lo más inquietante: la mayoría de víctimas ni denuncia. Porque creen que no servirá de nada, porque revivir insultos desgasta más que el propio mensaje, o porque las instituciones no llegan a tiempo. El iceberg del odio online es mucho mayor de lo que enseñan los informes, y lo que no se mide… se multiplica.
¿Y tú qué piensas?
¿Deberíamos exigir sanciones reales a las plataformas o seguir confiando en sus promesas de autorregulación?